martes, 20 de septiembre de 2016

ELEVADO A LOS JARDINES XVI: Un naufragio en el desierto.

A estas alturas nadie duda de mi absoluta devoción por los Medias Rojas. Todo el mundo sabe que soy un fiel y buen patriota de la Red Sox Nation, pero parece que hay vida más allá de Fenway. Para hablar de ello nace Elevado a los jardines.



Si a día de hoy camináramos por la zona del desierto de Sonora que queda comprendida en el estado de Arizona nos encontraríamos con una estampa curiosa. Bajo un sol abrasador y a kilómetros de distancia de cualquier corriente de agua mínimamente navegable se pudre un bonita embarcación. Un barco que durante más de treinta años fue sinónimo de éxito y que sin embrago ha acabado naufragando.

Comenzó siendo un modesto yate recreativo que en la primera mitad de los ochenta se hizo un nombre por sus veloces travesías en el lago Michigan. A finales de la década se convirtió en un precioso clíper de cuatro mástiles y con amarre en Oakland. Estuvo allí durante diez años y fue la nave más rápida de la Bahía de San Francisco. Ni el terremoto de 1989 pudo frenarla. A mediados de los noventa cambió el agua salada por la dulce y las velas por el carbón. Se trasladó a St. Louis, donde adoptó la forma de un vapor de ruedas que hizo suyo el río Missouri y el Mississippi.

Este barco fue capitaneado por Tony La Russa. Un hombre que tuvo poca suerte como jugador de béisbol pero que revolucionó el juego desde los banquillos. En 2011 La Russa se retiraba después de haber ganado sus terceras Series Mundiales. Lo hacía como un auténtico mito. Treinta y tres temporadas repartidas entre los banquillos de los White Sox, los A's y los Cardinals y cuatro premios a mejor manager del año. Solo Connie Mack y John McGraw, entrenadores que pertenecen a otra época, pueden presumir de acaparar más victorias en el Gran Show.

Apenas dos años después de su retiró La Russa fue incluido en el Salón de la Fama y parecía que con esto se ponía el punto y final a su relación profesional con el béisbol. Pero el bueno de Tony no se sentía cómodo lejos del diamante. El golf, la pesca y otras actividades variopintas a las que dedican el tiempo los deportistas jubilados no le llenaban. Ya lo dijo en una ocasión, cuando tuvo que decidirse entre el mundo del derecho o un futuro incierto en el béisbol: "prefiero conducir un autobús en las Ligas Menores que dedicarme a la abogacía". Así que La Russa decidió volver.

Los D-Backs llevaban sin rumbo desde el 2001. Desde ese mágico año en que la dupla Johnson- Schilling se alió con dos strippers llamadas Aura y Mystique y les levantaron a los Yankees unas World Series que parecían destinadas a marcharse al Bronx. En los siguientes catorce años la franquicia de Phoenix solo ha pisado los playoffs en tres ocasiones. Qué mejor manera de enderezar el rumbo que con una leyenda como La Russa. Pero esta vez su lugar no iba a estar en el dugout, subía en el escalafón y se convertía en Jefe de Operaciones Beisbolísticas de los Arizona Diamondbacks.

La Russa entró en el equipo en mayo de 2014. Poco pudo hacer para evitar que en esa primera campaña los D-Backs fueran el peor equipo de las Mayores. En 2015 las cosas fueron algo mejor. Se contrató a un jugador ilusionante como Yasmani Tomás, se vio la irrupción de David Peralta y se comprobó, una vez más, que Pollock y Goldschmidt son élite. Además hubo otros motivos para el optimismo. El fildeo de Arizona fue el segundo mejor de la NL según FanGraphs y solo los Rockies anotaron más carreras que ellos. El gran lastre del equipo fue la rotación. Los abridores promediaron un ERA de 4.37.

La Russa lo tenía claro. Lo que necesitaba para hacer al equipo competitivo eran brazos. Y estaba dispuesto a conseguirlos a cualquier precio. Lo primero fue hacerse con los servicios de Greinke. El pitcher venía de hacer una temporada espectacular (ERA de 1.66) y su destino parecía ligado a Dodgers, Giants, Cubs o Red Sox. Los D-Backs sacaron dinero de debajo de las piedras y consiguieron firmarlo por unas cifras que no parecían a su alcance: unos treinta millones de dólares en cada una de las seis próximas temporadas.

Una vez que se había conseguido un ace se debía reforzar todavía más la rotación con un número dos de garantías. El elegido fue Shelby Miller. Un pitcher joven con un futuro prometedor y que unos Braves en plena reconstrucción se le quedaban pequeños. Cuando se produjo el trade medio mundo se echo las manos a la cabeza.

Es cierto que Miller era un pitcher consolidado y de solo 25 años que había promediado 3.22 de ERA en 576 entradas lanzadas, pero el precio a pagar era mucho. Miller solo tenía tres años más de contrato antes de salir a la agencia libre y a cambio Arizona mandaba a Atlanta a tres jóvenes prospects que estarían bajo control de la franquicia por un total de diecisiete años. El primero era el jardinero central Ender Inciarte; el segundo el pitcher Aaron Blair, rankeado en el Top 100 de novatos por Baseball America; y el tercero Dansby Swanson. Este último era el reciente número uno del draft y ganador de las College World Series con la Universidad de Vanderbilt. Una auténtica joya destinada a convertirse en estrella.

Poco le importó a La Russa que todo el mundo le tomara por loco. Él estaba convencido de lo que acababa de hacer. Con un gran ataque capitaneado por Goldschmidt y Pollock y con una rotación en la que Greinke y Miller eran el uno y el dos los D-Backs estaban en disposición de disputarles la división a Giants y Dodgers.

El problema es que casi todo lo que podía salir mal ha salido mal. Pollock se lesionó antes del inicio de temporada y no jugó nada hasta finales de agosto. Otra lesión, en este caso de Peralta, les ha privado de su jardinero izquierdo durante toda la segunda mitad del 2016. Lo mismo para Nick Ahmed, una de las piezas claves en defensa no ha disputado ni un juego desde julio.

Miller está siendo una decepción.
Pero quizás los más frustrante ha sido el fracaso del pitcheo. Greinke ha tenido problemas físicos en algunos tramos de la temporada  y cuando ha estado sano ha dejado mucho que desear. Ha sido una sombra de lo que fue el año pasado en L.A. Lo de Miller es todavía más preocupante, casi dramático. No es necesario hablar de sus números, con decir que Arizona lo ha mandado a lanzar a las Menores hasta en tres momentos distintos queda claro lo mala que está siendo su temporada. Es como si la presión hubiera podido con él. Al mismo tiempo Inciarte y Swanson están dejando un muy buen sabor de boca en Atlanta.

Lo D-Backs querían luchar por la división. Querían volver a saborear el béisbol de octubre. A día de hoy lo único que tienen es una pírrica disputa con los Padres por no ser los sotaneros de la NL Oeste, un Farm System poco ilusionante y el multimillonario contrato de Greinke. A ver qué hace La Russa para reflotar el barco.

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